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La leche es uno de esos alimentos temidos e incomprendidos a partes iguales y en Kaiku Sin Lactosa, nos hemos propuesto darle la vuelta a esta situación.
Se estima que al menos seis de cada diez adultos sufre de intolerancia a la lactosa, y por ser algo tan común damos por hecho que es el único malestar asociado a ella, pero no es así.
La alergia a la leche es otro de los problemas que esta bebida puede ocasionar, y aunque a veces la confundamos con intolerancia, se trata de dos condiciones muy diferentes. Vamos a repasar en qué consisten y cuáles son los síntomas de cada una para que sepas distinguirlas.
Lo que llamamos alergia a la leche es una reacción del sistema inmunológico frente a las proteínas encontradas en ella, en especial la caseína y la beta-lactoglobulina. El cuerpo no las reconoce y comienza a crear anticuerpos contra ellas, causando molestias que pueden ser peligrosas. Esto es más frecuente en niños pequeños, y por suerte suele desaparecer a medida que crecen.
Como cualquier respuesta inmunológica, los síntomas de la alergia a la leche pueden variar de una persona a otra, pero los más comunes son:
La consecuencia más grave es un shock anafiláctico, que ocasiona el cierre de las vías respiratorias y requiere asistencia médica de emergencia. Para evitar cualquiera de estos riesgos, lo mejor es descartar por completo todo tipo de lácteos cuando se es alérgico.
Este problema es mucho más común en adultos, y todo el asunto se reduce al sistema digestivo. Cuando hay intolerancia el cuerpo no produce suficiente lactasa, la enzima encargada de digerir la lactosa, que es, en palabras simples, el azúcar de la leche.
Al no digerirse bien, la lactosa sigue de largo hasta el intestino grueso, donde empieza a interactuar (y no de buena manera) con las bacterias que se encuentran ahí. Es en ese momento cuando surgen las molestias tan típicas como el vientre hinchado, cólicos fuertes, náuseas y una repentina necesidad de visitar el baño.
Aunque son dos problemas que tienen la misma causa, la alergia a la leche y la intolerancia a la lactosa no se tratan de la misma forma. En el primer caso, la única solución es eliminar los lácteos de la dieta. Todos. Si se trata de niños, conviene consultar con un pediatra porque puede ser buena idea esperar que las cosas mejoren dentro de unos años, y entonces probar con cuidado para ver si continúa la misma reacción.
Cuando se trata de intolerancia a la lactosa la solución puede ser más flexible. A diferencia de las proteínas de la leche, que son difíciles de eliminar, la lactosa es un carbohidrato que se puede extraer con cierta facilidad. Cada vez hay más opciones de yogures, quesos y leches sin lactosa que son perfectas para intolerantes, quienes pueden consumirlos sin preocuparse de que les siente mal.
Es muy poco probable que siendo adulto seas alérgico a la leche, aunque en caso de presentar síntomas, debes ir a tu médico para comprobarlo. Por el contrario, tienes cerca del 60% de probabilidades de ser intolerante a la lactosa. De ser así, seguro que habrás tenido algunas sospechas después de comerte una pizza cuarto quesos o zamparte un bote de helado en el maratón de películas del sábado por la noche. Para asegurarte, lo ideal es realizar una prueba de intolerancia.
Como ves, la alergia a la leche y la intolerancia a la lactosa son dos problemas que tienen origen y síntomas distintos. Pero ninguno de los dos es el fin del mundo, y habiendo identificado cuál es el tuyo, es posible adecuar tu alimentación y tus hábitos para que la leche no sea un problema, ni interfiera en tu vida diaria.
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